son
las plañideras
que buscan
cada espacio
de tu cuerpo,
tan imperfecto
como tu acento...
les ha dado
por dar
vueltas
en mis ojos
hasta
sacarlos a pasear
a la tumba
de tu recuerdo.
Y allí estás tú:
con el hueco
que te dejé
en los brazos,
con la copa llena
y la cama vacía.
Y yo,
la viuda
de un amor anémico
que aún
lucha por
alimentarse
de mis culpas
y tus aciertos.
Esta vez
los muertos
ya no pueden
ser Lázaros,
pues no
hay milagro
capaz
de
susurrarme al oído
que ande...
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